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La relación entre el Hombre y el animal es fuente inagotable de inspiración cultural

Los toros

Corrida de Toros en Sevilla.
Colección R.M.C.S.

La Fiesta de los Toros es uno de los combates más justos de todas las relaciones del Hombre con el mundo animal. El Toro Bravo que es una raza que todavía existe hoy gracias a la cuidada crianza en los campos de las distintas ganaderías, es todo lo contrario a un animal domesticado. Es criado en libertad en grandes extensiones, cuidado en las mejores condiciones para que llegado el día, demuestre en una Plaza de Toros su bravura y encaste ayudado por las oportunidades que le otorga su natural acometividad e instinto.

El hombre, el torero, gana la mayoría de las veces la leal batalla, utilizando su inteligencia, aplicando su técnica sabia y aplacando racionalmente su miedo, es decir, con Valor. Esta relación es fuente inagotable de inspiración cultural.

Artistas e intelectuales, intentan explicar con sus obras y pensamientos, lo que un torero ha hecho en el ruedo y ha llegado a los espectadores en los tendidos, que como uno solo, dicen: «¡Ole!».

El toro está dotado de un instinto prácticamente único en todo el reino animal, él no se sabe perdedor. El toro bravo se crece durante la faena mientras va perdiendo sus fuerzas por la pelea. Cualquier otro animal huiría tras verse vencido por un competidor. En la domesticación de animales, el hombre va venciendo a la voluntad y el instinto del animal y bien entendido, llega a establecer una relación de dominación o esclavitud. Con el toro eso es imposible, ya que no sabe lo que es la dominación, no siente dolor, no concibe la huida. Eso es el Toro Bravo.

La evolución histórica de esa relación toro – hombre en una Plaza, ha devenido en lo que hoy es uno de los espectáculos más plásticos y profundos. Misterio difícilmente explicable con palabras, con pinturas, en libros, en pregones, o en tratados. Lo que se siente, lo que es, sólo se entiende desde los tendidos de una Plaza de Toros.

Para una correcta comprensión de la Fiesta de Toros será preciso poner en primer plano de consideración la corrida de toros de muerte que es la expresión más alta de la Tauromaquia moderna puesto que ha sido en ella donde se ha desarrollado, a partir del siglo XVIII, el Arte del Toreo. La Real Maestranza de Caballería de Sevilla contribuyó, como Corporación, a la invención del Arte de la Tauromaquia diseñando y construyendo la Plaza de Toros y aportando los Caballeros Maestrantes, como señores de tierras y ganados, desde sus vacadas, los primeros toros de lidia. Por ello, la Real Maestranza en su conjunto ha jugado un papel histórico fundamental en la creación y desarrollo de la Tauromaquia moderna.

La más conocida de las modalidades de tauroludias son los encierros que, como los que se celebran en Pamplona, han adquirido una dimensión internacional extendiéndose por muchos lugares de España, Francia y América. En Andalucía se celebran anualmente alrededor de doscientas fiestas de toros populares, bastantes más que corridas de toros.

Vinculado con el pasado del toreo a caballo y la tradición taurina de Portugal pero incorporando muchos de los principios de la Tauromaquia moderna a pie hay que destacar la corridas de rejones que, en España, incluye el sacrificio de los toros lidiados.

Puerta del Príncipe. F. Ramos.
Colección R.M.C.S.

Arrastre del toro. J.F. Lewis, 1836
Colección R.M.C.S.

Jocinero, toro de Miura. L. Juliá, siglo XIX.
Colección R.M.C.S.

El toro de lidia

Las Fiestas de Toros son posibles en la medida en que en España la raza de los toros silvestres o bravíos no se ha extinguido y los ganaderos han podido ir seleccionando, poco a poco, sobre esa población de bóvidos primitivos y silvestres, toros de combate que se caracterizan por poseer dos cualidades espirituales que lo distinguen del resto de sus congéneres: fiereza y nobleza. Un toro fiero es un animal duro en su conducta que muestra en todo momento una agresiva combatividad que le determina para repetir una y otra vez su embestida, es decir, exponer y repetir incansablemente su cualidad de combatiente.

Un toro noble es aquel que persigue con franqueza y rectitud el engaño y permite al torero superar la agonía del combate, rematar con perfección y lucimiento las suertes y abandonarse a la creación artística. En la milagrosa confluencia de la fiereza y la nobleza se halla la extraordinaria alquimia de la creación ganadera.

Se considera al Bos Primigenius, el uro primitivo, como forma ancestral casi única de los bóvidos domésticos, que irradió su influencia a través de fuertes migraciones desde el Oriente próximo hasta el norte de África y el sur de la Península Ibérica, adonde los vacunos domésticos llegan por dos vías: una de procedencia Norte, con los celtas, y otra por el Estrecho de Gibraltar. Posiblemente se superpusieron a otras razas autóctonas, originándose los troncos de la península.

En un principio los toros que se utilizaban para los festejos eran los que no servían para el trabajo por su carácter indomable. Cuando el toro festivo alcanzó un valor superior al ganado de carne o labor, se empezaron a seleccionar toros exclusivamente con fines de espectáculo. Es a partir del siglo XVIII cuando aparecen las ganaderías de bravo tal como las conocemos hoy.

Los ganaderos de bravo llevan dos siglos aplicando un sistema de selección que ahora parece normal. En su tiempo constituía una auténtica innovación de vanguardia. En la cría de ganado bravo se tiene en cuenta la ascendencia para escoger los toros y las características individuales, y la descendencia para seleccionar vacas y sementales.

El toro bravo se siente a sus anchas en la dehesa, un especialísimo paisaje derivado del monte mediterráneo, fruto de la relación entre el hombre y la naturaleza. Para la conservación de este paisaje, el toro juega un papel protagonista.

Aunque sea un lugar común afirmar que, con la llegada de la dinastía francesa de los Borbones, los nobles dejaron de interesarse por los toros no es del todo exacto. Cierto es que por razones de etiqueta de Palacio los nobles dejaran de rivalizar en el ruedo de acuerdo con el modo de obrar cortés. Muchos nobles tuvieron, por prudencia, que ausentarse de las fiestas públicas y, en consecuencia, de las plazas mayores de las ciudades como ya lo habían hecho de la Corte y se retiraron a sus señoríos andaluces, a sus campos, iniciándose, a partir de ese momento, un interés por la Agricultura del que siguen dando todavía testimonio, en el paisaje rural, las bellas arquitecturas agrarias que, curiosamente, tomaron el nombre, primero, de cortijos (pequeñas cortes) y, después, de haciendas cuando ya la explotación del campo alcanzó una dimensión industrial y, con ella, se consolidaba, en manos de la aristocracia rural, un nuevo poder económico.

Caballero picando un toro. G. Tapia y Salzedo. 1643 Archivo R.M.C.S.

Torada vadeando un río.J. Elbo, c.1830.
Colección R.M.C.S.

Derribo a la falseta. J. Díez, s. XIX.
Colección R.M.C.S.

Nestor Luján opina que una de las razones del abandono de los ruedos por parte de la Nobleza fue la carencia de caballos producida a consecuencia de la Guerra de Sucesión. En el sistema general de nuevas actividades agrarias brillará con una luz muy particular el cuido y el cultivo de las ganaderías de reses de lidia: en la muchedumbre animal de toros silvestres los nobles irán a proyectar, además de su ilusión, buena parte de su concepción de la vida y de la muerte. Pero hay más. En su estrategia de recuperación de la ciudad, la Nobleza rural encontrará en la fiesta de toros un aliado excepcional.

Se sabe por los insustituibles Anales de la Real Plaza de Toros de Sevilla, cuyo autor es el Caballero Maestrante Don Ricardo de Rojas y Solís, Marqués de Tablantes (Sevilla, 1917) que nobles sevillanos y caballeros maestrantes surtieron de toros de lidia, al menos desde finales del primer tercio del siglo XVIII, a las corridas que celebró en Sevilla la Real Maestranza.

Los ganaderos del ruedo de Sevilla lograron que el producto espiritual de la bravura alcanzase un precio mucho más alto que el valor material de la carne. Se trata, sin lugar a dudas, de un éxito, técnico y económico, sin precedentes. Está bien claro que durante el siglo XVIII la nobleza sevillana en general y los caballeros maestrantes en particular se dedicaron a la cría, pronto selectiva, de reses para lidiar y, por consiguiente, estuvieron desde el origen en la creación del toro bravo español.

Acoso y derribo. P. Blanchard, 1835.
Colección R.M.C.S.