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El Toro y las Artes

La Fiesta de los Toros ha sido tocada por artistas de distinto signo y en todas las disciplinas expresivas

Foto 1997. Cartel de Félix de Cárdenas.
Colección RMCS

La tauromaquia no es solo un espectáculo público propio de una cultura o un país. El toro y todo lo que conlleva, ha sido desde tiempo inmemorial fuente inspiradora del Arte y por lo tanto de la Cultura.

No se conocen representaciones de seres vivos más antiguas que las del toro y por otro lado, las ultimas energías del mayor intérprete artístico del la Tauromaquia, Pablo Picasso, estuvieron dedicados a la efigie de un Matador.

La Fiesta de los Toros, tal como se concibe en la modernidad, ha sido tocada por artistas de distinto signo y en todas las disciplinas expresivas, desde las artes plásticas al cine, pasando por la literatura, sea en su versión narrativa o poética.

Foto 1997. Cartel de Félix de Cárdenas.
Colección RMCS

Literatura

El hecho taurino aparece en la literatura española como una presencia constante, pero tratada de forma puntual, como de pasada, sin servirse de él como protagonista o acontecimiento central hasta el Romanticismo, período en el que la fiesta de los toros comienza a organizarse como acontecimiento reglamentado y organizado y sus actores principales, los toreros, pasan a convertirse en héroes populares.

Dejando a un lado a Nicolás Fernández de Moratín, uno de los pocos intelectuales del XVIII que se ocupa de los toros (Oda a Pedro Romero, Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España), el profesor Alberto González Troyano llama la atención sobre un aspecto singular: «… la función de desveladores de la capacidad argumental que encerraba el mundo taurino parece haber recaído en los escritores románticos extranjeros».

De este modo, las historias de amor entre el héroe (el torero) y una dama en un ambiente cargado de casticismo pasan a convertirse en soporte de buena parte de la literatura asociada al mundo taurino. Mérimée y su obra El toreadorCarmen, de la duquesa de Abrantes; Militona, de Théophile Gautier; Cartucherita, de Arturo Reyes y Sangre y Arena de Blasco Ibáñez participan de esa sustancia, con el añadido de un componente trágico, la muerte del torero ante su amada.

En el siglo XX se publican varias obras de autores nacionales y extranjeros, de las que destacamos tres por su trascendencia internacional: la ya mencionada Sangre y Arena, de Blasco Ibáñez; Fiesta y Verano sangriento de Ernest Hemingway.

Théophile Gautier
(1811-1872)

Ernest Hemingway
(1899-1961)

Federico García Lorca
(1898-1936)

«Creo que los toros es la fiesta más culta», dejó escrito Federico García Lorca. Los autores de su generación fueron quizá los primeros en sentir la tauromaquia como un territorio más de la creación artística. Representativa de esta aproximación es la imagen de los componentes de la Generación del 27 reunida en Sevilla en torno a la figura del torero y mecenas Ignacio Sánchez Mejías, a cuya muerte el mismo Lorca compuso una de las elegías poéticas más conmovedoras de la poesía universal. Poetas como Gerardo Diego y Rafael Alberti dejaron numerosas muestras de su afición, como José Bergamín con La música callada del toreo, y Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, José María Pemán, Jorge Luis Borges, Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda, Jorge Guillén o Jean Cocteau, entre otros.»

Cartel, de la película dirigida por F. Niblo y protagonizada por Rodolfo Valentino, 1922.

Cine

Resulta ilustrativo repasar la amplia filmografía que ha reflejado, directa o indirectamente, el universo taurino. El cine español lo viene haciendo desde la primera década del siglo XX, con títulos como La Otra Carmen (1915) de José de Togores o Sangre y Arena (1916), dirigida por Vicente Blasco Ibáñez. Son conocidas las versiones de Currito de la Cruz (1925), de Fernando Delgado y Alejandro Pérez Lugín, la del propio Fernando Delgado en 1936, y la que realizó Luis Lucía en 1948, y que pasa por ser la mejor. Otros directores españoles célebres que han trabajado sobre el tema de los toros son Juan de Orduña (Leyenda de Feria, 1945), Edgar Neville (Olé, torero, 1945), Benito Perojo (El traje de luces, 1949), Juan Antonio Bardem (A las cinco de la tarde, 1960), Carlos Saura (Los golfos, 1960), Basilio Martín Patino (El noveno y Torerillos 61, 1961), Jaime de Armiñan (Juncal, 1988, serie para TV), Pedro Almodóvar (Matador, 1986), Javier Elorrieta, con otra versión deBelmonte, 1989, protagonizada por Sharon Stone o Juan Sebastian Bollaín (Sangre y Arena, 1994), por nombrar algunos, pero la lista es muy amplia.

El cine de Hollywood también tiene títulos taurinos, aparte de contar con insignes aficionados como Mel Ferrer y Orson Welles. Ya en 1915 Cecil B. De Mille dirigió una versión de Carmen, y Fred Niblo rodó Sangre y Arena (1922) de Blasco Ibáñez, autor del guión con Rodolfo Valentino de protagonista, cuando no había llegado el sonoro. El gran Raoul Walsh se apuntó a la relación con The Spaniard (1925) y Robert Mamoulian hizo una nueva versión de la célebre obra de Blasco Ibáñez en 1941. La relación es copiosa, con directores de la talla de Richard Thorpe, Robert Rossen, Henry King o Budd Boetticher. Igualmente, la industria cinematográfica mejicana se ha ocupado de una fiesta que también es suya, desde Oro, sangre y sol de Miguel Contreras Torres (1925). Y en la filmografía europea no escasean los títulos que de manera directa o indirecta reflejan alguna realidad taurina. La última cinta a la que se puede hacer referencia es la coproducción Manolete, de Menno Meyjes, protagonizada por Adrien Brody y Penélope Cruz en 2006.

Escultura

En la escultura encontramos variados ejemplos de tema taurino como motivo de numerosas obras. En el texto de introducción a la exposición Toros y toreros en la escultura española (1984), patrocinada por el BBVA y presentada en Madrid por la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, su comisario Álvaro Martínez-Novillo nos dice: «Muy pronto las inconfundibles formas escultóricas del toro -sagrado y varonil- debieron ser familiares para los diversos pueblos de nuestra Península. Esculturas de toros como los de Osuna, Porcuna, Rojales o Monforte. Toros de bronce como el de Aziala (Teruel). Toros grabados en granito por los celtíberos, como los de Guisando o el soberbio que guarda a su ciudad homónima (Toro), o los toros de bronce de Costix (Baleares)». Y nos recuerda que las representaciones más antiguas del espectáculo de una corrida pueden ser unos pequeños bronces encontrados en la remota provincia china de Yunan, fechadas en el siglo I a.C., en los que se aprecia un público en los tendidos y un toro saliendo de un toril.

Durante la Edad Media y el Renacimiento aparecen episódicamente obras relacionadas, relieves en la catedral de Pamplona o Plasencia, y en la Universidad de Salamanca, con caballeros alanceando toros. Hasta Goya no hay manifestaciones específicas de la fiesta de los toros. Son los tiempos de Pedro Romero y Costillares. Serán precisamente ellos los representados por primera vez en el primer grupo escultórico de una corrida de toros, las tallas policromadas del escultor de la Corte de Carlos VI y Fernando VII, el granadino Pedro Antonio Hermoso (1763-1830), presumiblemente realizadas bajo la dirección de Goya.

Toro ibérico de Porcuna, s.VI a.C. Piedra semicaliza.
Museo de Jaén.

Toro de Azaila, s.II a.C. Bronce.
Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Toro de Costitx, s. IV-III a.C. Bronce.
Museo Arqueológico Nacional, Madrid..

Torero, 1913. Manolo Hugué. Piedra.
Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona.

Escultura

En el Romanticismo abundan las estatuillas de toreros, pero la producción escultórica es menor que las series litográficas que se extendieron por Europa, creando la imagen más pintoresca de España. El primer gran grupo escultórico dedicado a un torero es el de Francisco Montes Paquiro, realizado por el escultor real José Piquer y Duart (1807-1871), a partir de la mascarilla mortuoria del torero.

El valenciano Mariano Benlliure (1862-1947) es para la escultura taurina lo que Goya a la pintura y el grabado taurinos. Son impresionantes por su fuerza el grupo El Coleo (1911), en la localidad cubana de Guines, y por encima de todos el monumento funerario de Joselito el Gallo en el cementerio de Sevilla. Un aprendiz suyo, Juan Cristóbal, y Sebastián Miranda, amigos de Belmonte ambos, son grandes retratistas de toreros. Digno de mención también es J.L. Vasallo ( 1908-1986), que realizó por encargo de la Real Maestranza de Sevilla sendos retratos de Rafael el Gallo y Belmonte, que se encuentran en su Museo Taurino.

La vanguardia de la llamada Escuela de París extenderá la producción escultórica taurina y le dará una dimensión nueva. Picasso dedicó al mundo del toro más obras de otros géneros, pero no se puede dejar de citar su Cabeza de toro, formada por un sillín y un manillar de bicicleta (Museo Picasso, París). Destaca en este campo su amigo Manolo Hugué (1872-1945), el gran escultor taurino de la vanguardia, y Pablo Gargallo (1885-1924) con su obra Cabeza de picador (MOMA, Nueva York). Estas obras influyeron en España, en artistas como Angel Ferrant ( 1891-1960) y Alberto Sánchez (1895-1962), a los que hay que añadir Cristino Mallo y Venancio Blanco, hijo de un vaquero de la ganadería de Pérez Tabernero, y autor de la estatua de Belmonte en Triana.

La Tauromaquia está incorporada a nuestra escultura, y así lo han expresado artistas tan diversos como Pablo Serrano o Berrocal, que aportó la dimensión de su obra seriada. Desde entonces, numerosas son las muestras que se siguen realizando. Una de las últimas y más llamativas, con el toro como gran protagonista, es la obra Charging Bull, de Arturo di Módica, situada en Bowling Green, al lado de Wall Street en Nueva York.

Cueva de la Pileta
Benaoján (Málaga)

Pintura

En las primeras manifestaciones artísticas del hombre sobre la Tierra aparecen figuras de toros. Pedro Romero de Solís, en uno de sus estudios nos recuerda que desde la Cueva de La Pileta de la Serranía de Ronda, pasando por Lascaux en la Dordoña, hasta la Grotte de Chauvet en la Ardeche francesa, hace 30.000 años, surgió, como por milagro, en lugares secretos, inaccesibles en las profundidades de la tierra, unas figuras de animales, entre ellas, de Toros que siendo las primeras pinturas que se conocen realizadas por el hombre son, quizás, las más perfectas y hermosas que conocemos.

Posteriormente, bajo la influencia de las Civilizaciones de Egipto y Oriente nació en la isla de Creta una cultura poderosa que llegó a dominar el Mediterráneo. Las excavaciones en Creta dieron a luz numerosas y bellas representaciones del Toro y, sobre todas, las escenas de Tauromaquia que estaban pintadas al fresco en las paredes del patio principal del Palacio de Knossos que debió de funcionar como una plaza de toros. Allí nació el monstruo mitad hombre mitad toro que las leyendas le atribuyen el nombre de Minotauro. Picasso, que conocía paso a paso los descubrimientos arqueológicos en Creta, hizo suya esta quimera y la convirtió en fuente de su creación pictórica.

En la Península Ibérica abundan figuras de toros esculpidas en diversos materiales por los pueblos ibéricos. El Arte Medieval y del Renacimiento han dejado testimonios de fiestas de toros de carácter popular. En el Barroco, la nobleza se vincula a los juegos con el toro de manera decidida y comienzan a aparecer escenas taurinas en pinturas y estampas que reflejan la importancia social que adquirió en esa época.

Después de un período histórico de cierto ostracismo debido a circunstancias de diversa índole, tanto política como social, será con Goya cuando la tauromaquia popular, la del toreo a pie, comience a ocupar el protagonismo en las representaciones pictóricas. La gran eclosión de la pintura taurina en el siglo XIX está estrechamente relacionada con los viajes que hacen por España los escritores extranjeros -en especial, ingleses y franceses- y los ilustradores que en muchas ocasiones los acompañaban para reproducir escenas de las costumbres de nuestro país. La Plaza de Toros de la Maestranza de Sevilla se va a convertir en un referente mundial y muchos pintores representaban a sus toreros lidiando en el coso sevillano.

Las vanguardias artísticas del siglo XX, representadas en Picasso, se ocuparon del mundo de los toros. Se puede sostener que Goya y Picasso representan la máxima expresión artística en la interpretación de la Tauromaquia y contribuyen a darle a la lidia de toros una dimensión mundial. A partir de ahí, numerosas son las obras de pintores contemporáneos que se acercan a este ámbito en algunas de sus obras. Ejemplo de este fenómeno es la eclosión del cartel taurino hacia los años veinte, en el que participan autores de solvencia, y hoy en día, como lo atestigua la colección de carteles de la Real Maestranza.